El Alma

Cuando percibimos el mundo que nos rodea con nuestros sentidos, todo parece manifestarse a sí mismo dentro del tiempo y del espacio. Cuando fui a la universidad hace unos 40 años a estudiar matemáticas, física y astronomía, concebí el universo como un espacio infinito fundamentalmente que contenía un número infinito de partículas. Sin embargo, también creía en la existencia del alma humana y de la reencarnación. Y no tenía claro cómo podía unir las leyes matemáticas fijas, causales del universo físico con el mundo interior de la mente: la conciencia, la subjetividad, la libertad. Para mí la teoría de la relatividad de Einstein fue una clave. Me enseñó que a nivel de la luz, no existen ni el tiempo ni el espacio, porque para la luz, solamente existe el eterno ahora. Para hacerlo más claro: si miramos a una estrella distante, decimos que el viaje de la luz de esa estrella a través del espacio para llegar a nosotros llevó muchos años. Pero en cuanto al rayo de luz propiamente, por así decirlo, no experimentaríamos el tiempo ni el espacio. Esto se debe a que al desplazarse a la velocidad de la luz, el tiempo y el espacio colapsan. La luz no viaja dentro del tiempo y el espacio, sino que configura nuestras propias percepciones del tiempo y el espacio.
La teoría de la relatividad ofrece el siguiente panorama del universo. La luz es una forma de energía. Toda energía existe en una condición sin tiempo ni espacio: el eterno ahora. Desde el nivel de energía pura, emerge la materia y conjuntamente con la materia, el tiempo y el espacio. Al igual que la luz en el universo físico es independiente del tiempo y del espacio, también hay una parte de nosotros que es independiente del tiempo y del espacio, independiente del cuerpo físico: esa parte es a lo que llamamos el alma.
Lo que significa el alma exactamente, está fuera de nuestra comprensión. Nuestro pensamiento se basa totalmente en la clasificación de las cosas en tiempo y espacio. También, nuestro lenguaje queda determinado por la distinción del pasado, presente y futuro. Pero el alma trasciende el tiempo y el espacio. El alma es como una estrella con muchos rayos. Y si uno de estos rayos toca nuestro mundo, nace un ser humano: una encarnación del alma. Parte de la luz de esa estrella está en nosotros: esto es lo bello y lo bueno en nosotros. A esto le llamamos nuestro yo superior, nuestra luz interior. Eventualmente expresaremos esta hermosa luz en la Tierra y enriqueceremos al mundo y a la humanidad con ella.
En cuanto comencemos a ser conscientes de esta luz interior – nuestra alma – entraremos en un proceso de crecimiento. Tenemos el sentimiento de que nos convertimos en más de nosotros mismos y a la vez, nos sentimos conectados más profundamente con el mundo, con la vida a nuestro alrededor y con el universo. La duda desaparece; gradualmente empezamos a comprender quienes somos y que hay un lugar único para nosotros en el universo. Entonces dejamos atrás el mundo de la oscuridad, la duda y el temor y experimentamos la luz eterna en nuestro interior. Es el alma la que da sentido a nuestras vidas.
Las personas a veces se preguntan cuál es el objetivo, el sentido de la vida. Debido a la forma en que se nos enseña, buscamos el propósito y el sentido fuera de nosotros mismos. Queremos lograr algo en la vida, hacer una carrera, crear algo significativo, encontrar una relación, o tener hijos. Pero el propósito verdadero de nuestras vidas es un propósito interno: permitir que la luz de nuestra alma fluya a través de nosotros completamente. Esta es la verdadera auto realización. Una vez que logremos esto, ya no preguntaremos cuál es el propósito de nuestras vidas; la búsqueda termina. Hay un conocimiento simple y obvio: hemos encontrado nuestro lugar en el universo. El camino no está fuera de nosotros, sino en nosotros: nosotros somos el camino. Al ser fieles a nosotros mismos, seguimos ese camino.

La Personalidad Terrenal

Al comienzo de nuestra vida humana, un rayo de luz toca la Tierra. La energía atemporal de nuestra alma se funde con un sinnúmero de otras energías y nace nuestra personalidad terrenal. Esa personalidad es única para cada persona. En vidas anteriores, tuvimos un temperamento, expectativas, temores diferentes, todo era diferente – excepto nuestra alma. El núcleo más profundo es siempre el mismo, pero las energías a su alrededor son diferentes. Como escribió el General Americano Patton en un poema:
Como a través de un cristal, y oscuro
Veo la lucha interminable
En la cual luché con muchos disfraces
Muchos nombres, pero siempre yo.
Es el alma la que nos proporciona el sentido de ser yo. Aun cuando participemos en una vida con una personalidad muy diferente, un género diferente – a veces hasta con un cuerpo no humano – igualmente podemos sentir que: ese era yo. Esto también se aplica a nuestra vida actual. Párense frente a un espejo y piensen en su niñez. Su cara ha envejecido, sus emociones y su conciencia han cambiado – pero aun así…..es ustedes. Sentimos profundamente, en el núcleo de nuestro ser, una identidad, un Yo que siempre ha estado aquí y que no cambia. Este Yo es independiente del tiempo y del espacio, no envejece con el cuerpo – lo que sentimos es nuestra alma.
Nuestra personalidad terrenal se puede comparar con un sistema solar: el núcleo – el sol – siempre es el mismo. Pero hay planetas que rotan alrededor del sol, y los planetas cambian continuamente su posición. La configuración de los planetas representa las energías que determinan nuestra personalidad, diferente a la del propio sol. ¿Cuáles son esas otras energías que determinan nuestra personalidad? Las principales son: nuestras vidas pasadas, nuestros padres, nuestro cuerpo y constitución genética, la sociedad en la que crecemos, la energía de la Tierra, y la energía de la humanidad en su conjunto. Ahora detallaré cada una de estas influencias.

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